Soy una persona muy definida y consistente, razón por la cual, rara vez me detengo a justificar o explicar mis razones ante los demás. Hace un par de semanas, en una discusión de trabajo con motivo de la conmemoración del Día de la Mujer, dije que no me sentía representada por las feministas. Horas después uno de mis compañeros me dijo que le interesaba conocer las razones, “escribí un artículo” –me dijo. Y así llegamos a este texto.
Después de analizar mi disconformidad con la etiqueta “feminista”, me parece que el problema radica en que al feminismo se le han pegado toda clase de conceptos ajenos a su esencia. En mi caso en particular, con la rebeldía que corre por mis venas, nunca acepte el machismo o el patriarcado; siempre lo repudié, a pesar de que en mi casa me lo recetaron constantemente. Tampoco lograron convencerme, de que las cosas estuvieran así de mal por culpa de los hombres.
¿Hombres o machos? Quizá por la influencia de mi papá –que apoyaba todas mis ideas, aún las más descabelladas–, que me enseñó que yo podía ser lo que yo quisiera, que no había diferencia en cuanto a capacidad simplemente por el sexo, que uno tenía que tener creencias firmes y defenderlas cuando fuera necesario, pero también estar dispuesto a escuchar razones y, si fuera el caso, aceptar sus errores. No sé, pero pienso que esa relación que me marco tanto, nunca me permitió relacionar algo que repudiaba, como el machismo, con alguien a quien amaba por sobre todas las cosas.
Estudiando informática e ingeniería civil, y luego haciendo una maestría en banca y finanzas, por tratarse de campos tradicionalmente escogidos por hombres en general, me encontraba más expuesta a ellos y sus ideas. Además, al ser tan independiente y estar dispuesta a hacerme cargo de mi vida, también la familiaridad con ellos fue mayor. A la fecha, tengo de pareja a un hombre maravilloso que nunca me ha visto por encima del hombro y amigos a los cuales admiro muchísimo, entonces me sigue costando verlos como el enemigo.
Ahora bien, si nos vamos al concepto base del feminismo, como “movimiento para lograr la igualdad de derechos entre hombres y mujeres”, ¿cómo no decir que uno lo apoya? Pero, que yo sepa, en ningún lado dice que eso se logra maltratando o aplicando a los hombres, las mismas injusticias que tanto hemos criticado del machismo o del patriarcado. Por supuesto que agradezco las luchas que hoy permiten que las mujeres podamos votar, estudiar, trabajar y decidir si queremos ser madres o no, pero no puedo estar de acuerdo con los ataques y los deseos de hacer que los hombres sufran lo que hemos sufrido nosotras en el pasado.
Igualdad, pero no impuesta. Yo no pienso que el progreso o bienestar de alguien se logre destruyendo a otro. Además, como la versión radical del feminismo ha sido adoptada por los movimientos izquierdistas, siento resistencia a sumarme de lleno a un movimiento con ese tinte victimario, tan típico de esa corriente militante. Por otra parte, al haber sido adoptado por esa tendencia, percibo la exigencia de que todas las mujeres, individualmente, deben pensar igual al colectivo al cual pertenecen. Como amante de la libertad, en cambio, yo aspiro a que cada una sea lo que desea, no lo que le imponen.
Pienso que el machismo no existiría si las mujeres hubieran deseado de verdad acabar con él. Veamos: ¿cuántas mujeres conocen ustedes que no lo fomentan? porque ¿de verdad se exigen los mismos deberes a todos por parejo en la casa? Yo veo que la mayoría de las mujeres siguen manteniendo el modelo al cual dicen oponerse; porque también tiene sus ventajas, para ellas, el no tener que hacerse cargo de sus vidas.
Entonces, al final pareciera que mi conflicto con el concepto de feminismo es que me identifico con su definición, pero no con algunos tintes que le quieren dar algunas de sus exponentes más histriónicas. Lucho y defiendo las causas que llevan a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, pero no quiero muletas: quiero la cancha pareja; no quiero un puesto porque soy mujer, quiero un puesto porque tengo el conocimiento y la capacidad para desempeñarlo bien; no deseo que me abran la puerta del carro si yo soy capaz de hacerlo, pero sí quiero el respeto que merezco como ser humano.
En fin, que no me quiero por encima de los hombres, pero tampoco debajo de ellos: estamos en este mundo para hacer equipo y dejarlo mejor de cómo lo encontramos. En ésta película que se llama vida, las mujeres no somos víctimas; somos protagonistas y no existe ninguna justificación para mantener la diferencia de oportunidades. Entonces ¿no será el momento de empezar a difundir la versión 3.0 del feminismo?