“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.” Miguel de Cervantes. Don Quijote de La Mancha (II, 58)
Quizá el iniciar un discurso sobre la libertad con una cita de Don Quijote, no sea del todo acertado: podría dar la idea de que desear la libertad como bien supremo de los seres humanos, es cosa de locos.
Mas, dirigidas como van éstas palabras a unos jóvenes, es posible que no vaya tan desencaminado quién así pueda pensar. Porque se ha dicho, y con razón –a mi juicio–, que la juventud es el momento de soñar, de desear, de disentir y… ¿por qué no? de estar un poco loco también o, al menos, de parecerlo a veces.
Ciertamente, esa no es ni ha sido nuestra circunstancia como costarricenses; pero la verdad es que en ésta América Nuestra –como la llamaba José Martí–, la libertad no ha sido siempre un bien al alcance de sus habitantes, ciudadanos sólo a veces, y mucho menos aún de los jóvenes que sueñan, desean y disienten de lo establecido.
Sin ir muy lejos, desde hace ya casi un año, apenas allende nuestra frontera norte, jóvenes como ustedes caen muertos –un día sí y otro también–, por soñar con ella, por desear la libertad aún a costa de su aliento, por disentir del poder: esos jóvenes, por la honra de ser libres sin límites ni sustento, aventuran sus vidas casi todos los días, tal y como aconsejaba hacer cotidianamente, el caballero de la triste figura. Ustedes no viven eso, pensarán, porque no tienen un tirano.
Pero no se vayan a equivocar, por favor, porque no hay figura más triste, por persistente, que la del tirano; sea la del déspota físico y personalizado, o la del tirano abstracto e institucionalizado: la del Estado, esa triste figura que se impone sobre nosotros, ciudadanos, cada vez que puede… o, más bien, cuando lo dejamos. Porque hasta los tiranos tienen sus límites, y de nosotros, ciudadanos, depende señalárselos, primero, y hacerlos valer, después, cada vez que los pensemos sobrepasados.
Pues el Estado es el peor de los tiranos, toda vez que se impone sobre mí, según él, por mi propio bien-estar. Es decir, tan joven me asume el Estado, que me quiere infante, un ser incapaz de decidir por sí y ante sí, lo que mejor me conviene a mí mismo; y es con ese discurso que viene, el primer y más certero ataque a la libertad personal de todos los individuos bajo su férula.
Porque el bien-estar de las personas no es algo que le competa al Estado, sino a cada individuo como tal; como lo probaron con creces todas las tiranías colectivistas que existieron en el siglo XX, y de las que parece que nada aprenden algunos, hoy, en el siglo XXI. Porque el bienestar procurado por los estados, termina siempre por ser el bienestar de sus funcionarios y allegados, que se convierten así en una casta privilegiada.
Véanlo ustedes sino, jóvenes, en el Estado del Bienestar que se creó en Costa Rica después de 1948, partiendo de las ideas social-estatistas de la ingeniería social; un bienestar a partir de financiamiento externo y no de la producción interna. Por eso lo que se construyó no es más que un Estado de privilegios de que gozan todavía sólo unos cuantos, los empleados públicos –digámoslo públicamente– en toda su gama, de los ministeriales a los municipales, y de los de las autónomas a los que componen la oligarquía universitaria.
Aparte de ellos, sabemos que están bien los empresarios de ese “capitalismo de compadres” promovido por ese mismo Estado, por medio de la casta política que lo heredó de quienes lo crearon, y que lo maneja a su antojo desde hace décadas, mediante la correa de transmisión hacia su clientela, que son los privilegios dichos y la banca estatizada: la inagotable fuente de recursos para el bien-estar de esos pocos.
Fuera de ese círculo vicioso, está la mayoría silenciosa de los costarricenses cuyo bien-estar no le importa a nadie, aunque seamos mayoría… sujetos siempre a otra correa de transmisión de la tiranía: los impuestos indirectos, que al encarecer la vida sin otro sentido que mantener los privilegios de los allegados al tirano, reducen el margen de libertad, sobre todo, de los menos preparados para valerse por sí mismos, de los más vulnerables de la sociedad.
Por esa razón, desde su posición de bien-estar, desconfíen siempre de las buenas intenciones del Estado y de sus voceros, recuerden que ese estar bien sólo está en ustedes como personas si hacen valer sus derechos al cumplir con sus deberes; y que al igual que el del infierno, el camino de la servidumbre estatal está lleno de buenas intenciones. Por ello, luchen cada día por la libertad, porque en ella reside la manera de construir bien-estar para ustedes individualmente, y para los demás, directa o indirectamente.
Por eso, los insto a que sueñen, a que deseen, a que disientan: a que sean libres y en ese serlo, ojalá, arrastren consigo a una buena parte de la sociedad costarricense, todavía obnubilada por el espejismo del tirano institucionalizado. En esa tarea, recuerden que nuestro pueblo es zafio, como Sancho, pero libre, como el viento; y sepan de antemano que a ustedes no los matarán –al menos por ahora– pero tratarán de acallarlos y de difamarlos, los desacreditarán y les darán la espalda, se burlarán en sus caras y los marginarán de los puestos que se merecen… los tacharán de locos.
Mas ustedes, caballeros andantes de una libertad en camino, tienen por eso mismo el deber de salir, lanza en ristre y adarga en mano –como don Quijote– a desfacer entuertos en un país que los tiene a raudales, pero seguros de que sólo con más libertad podemos convertir nuestros errores en experiencias y nuestras experiencias en progreso social, en riqueza colectiva libremente producida que devenga, entonces sí, en el bienestar individual necesario.
Por eso, sepan siempre que desear la libertad no es una locura, que soñar con ella tampoco, y que disentir de los que la atacan cotidianamente, desde el Estado o cualquier otra trinchera, es la tarea que tienen como juventud desde hoy y en adelante: ¿verdad, Sancho?