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Día del Trabajador: los retos del empleo en tiempos del COVID-19

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El 1ero de mayo de 2020 será un día atípico en la historia; el mundo no verá las grandes concentraciones de trabajadores en las principales ciudades del mundo como típicamente sucedía este día en años anteriores. Quizás sea la principal muestra de que las condiciones del trabajador cambiarán para siempre. Pero lo que más va a marcar este día es el estado del empleo a nivel mundial, ya que millones de puestos de trabajos desaparecieron de un día para otro y otros modificaron las condiciones en las que se desempeñaban.

Destrucción del empleo

Si algo ha sido constante en la crisis provocada por el COVID-19 ha sido el comportamiento de la economía. Millones de personas han perdido su empleo en los últimos meses a causa de las medidas de confinamiento y distanciamiento físico que han implementado los gobiernos para evitar la propagación del virus y el colapso de los sistemas de salud. Este sacrificio podría costar hasta 195 millones de puestos de trabajo a nivel mundial, según la Organización Mundial de Trabajo, tan solo en los primeros 3 meses de la pandemia.

Pero, si bien es cierto que las medidas de confinamiento se esperan que sean temporales, habrá cambios radicales que quizás sean permanentes. Aquellas actividades que requerían cientos de trabajadores en una planta de ensamblaje o manufactura tendrán que modificar sus líneas productivas, lo que implica que la automatización que se viene dando de forma progresiva, se intensifique a raíz de esta crisis.

La industria, sin duda, podrá adaptarse. La pregunta es ¿podrá la fuerza laboral hacerlo de la misma forma? Esto depende de en cuál país posemos la mirada. Sin embargo, muchos de los países de renta media se han conformado con ser países receptores de inversión en industrias manufactureras que, si bien es cierto generaban gran volumen de empleos para personas poco calificadas, serán las primeras en automatizar procesos. Otros, como Costa Rica, apuntaron a industrias de alto valor agregado, pero descuidaron sus estrategias para promover la formación técnica y profesional orientada a dichas industrias.

Panorama nacional: no hicimos la tarea.

Es paradójico que lo que pudo ser una ventaja competitiva con otros países, sea al mismo tiempo una piedra en el zapato para nuestro país. La estrategia de apuntar hacia un hub de dispositivos médicos no se acompañó de una estrategia igual de contundente en formación que responda a la demanda de dicha industria.
El desempleo en nuestro país golpea con mayor fuerza a mujeres y personas con baja escolaridad. De forma preocupante, cerca del 35% de las personas desempleadas corresponde a personas menores de 24 años que no cuentan con estudios universitarios. Para un país que apuesta a industrias de alta tecnología debería ser todo un escándalo.

Aunada a esta disyuntiva, el país sigue sin resolver problemas básicos en las estructuras educativas que restan oportunidades y que ahondan las desigualdades que tanto dicen combatir los gobiernos. La crisis del COVID-19 supuso un reto enorme para el sistema educativo nacional y este ha quedado al desnudo. No habrá ninguna estrategia que resuelva los problemas de la brecha digital que debimos acortar hace muchos años. Mientras algunos estudiantes tienen acceso a medios como Internet de banda ancha, otros intentan seguir aprendiendo mediante un teléfono móvil compartido con varios miembros de la familia. Todo esto pasa mientras el país mantiene guardados recursos de FONATEL, producto del pago de las empresas de telecomunicaciones por concepto de cánones. La burocracia nos carcome.

Si realmente queremos que las cosas cambien, debemos salirnos del molde. Es hora de repensar la educación, explorar nuevos modelos educativos y retomar la voluntad política que tuvimos hace muchas décadas para tomar decisiones trascendentales. Por ejemplo, abandonar el método estatista en el que se subsidia la oferta educativa y no la demanda. Probablemente los presidentes no tendrán fotos inaugurando escuelas, pero, a cambio, les aseguro que tendrán réditos en cuanto a movilidad social.

Las nuevas formas de empleo

Otro reto para el país está en modernizar la legislación laboral y permitir que las personas se incorporen a las nuevas modalidades de empleo que ofrece el mercado. Esto pasa porque las autoridades comprendan que no se pueden regular nuevas actividades bajo viejos paradigmas, pero también por abandonar una de las prácticas más nocivas que nos heredó el bipartidismo y que no supo erradicar en su momento: las políticas sectoriales sobre la política integral.

Lo que funcionaba para la economía costarricense de los años 80, no funciona para la economía del 2020. En la época dorada de la socialdemocracia, era común que los gobiernos se sentaran a diseñar políticas para atender las demandas de sectores específicos. Sin embargo, lo que supuso una buena forma de lograr la gobernanza en el país, a la larga se convirtió en una costumbre clientelista.
El ejemplo más claro de cómo chocaron la modernidad y la gobernanza para sectores, fue con el caso de Uber. El gremio de los taxistas exige soluciones que implican ir contra toda una tendencia global como lo es la economía colaborativa. O, en su defecto, la indemnización por parte del Estado por no poder mantener su esquema monopólico.

La lucha obrera en el siglo XXI

El mundo cambia, las luchas obreras que pretendían establecer un equilibrio entre el trabajador y el empleador también deben hacerlo. No se puede detener la innovación, pretender luchar contra el capitalismo no solo es contraproducente para los intereses de los trabajadores, sino que resulta imposible, en palabras de José Mujica, “el capitalismo es glorioso” por su flexibilidad. Lo que sí podemos hacer es adaptarnos, construir modelos estatales que permitan a las personas, no solo ganarse la vida, sino también prosperar. Los derechos del trabajador deben estar protegidos bajo un esquema de seguridad social que no riña con estos principios, pero esa es otra enorme discusión que debemos tener.

 

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